Desde hace décadas, se viene estudiando la formación en la Región de Murcia de un complejo alimentario de carácter global con profundas implicaciones sociales y territoriales (Giménez, 2007; Pérez et al. 2011; Pedreño, 1999 y 2014; Ramírez, 2019). Junto con el desarrollo hortofrutícola, la expansión del sector de producción porcino ha definido las características de este complejo alimentario. Al tiempo se ha venido observando las crecientes resistencias sociales y vecinales al despliegue del proyecto corporativo de subsunción del territorio regional a la producción intensiva de cerdos, dando lugar a una conflictividad socioambiental que también ha sido objeto de indagaciones. El objeto de este artículo es la realización de una 1ª aproximación al desarrollo de la industria porcina en España, y particularmente en la Región de Murcia, desde la perspectiva de la producción de naturaleza y de espacio, según una perspectiva teórica que va desde Neil Smith (1984/2020) hasta Jason W. Moore (2020).
El enfoque teórico-metodológico de la ecología-mundo de Jason W. Moore posibilita integrar los aspectos socioeconómicos, políticos y ambientales en la idea de la producción capitalista de cerdos como una naturaleza producida. Para precisar en qué consiste la naturaleza producida por el capital, el enfoque de Jason W. Moore plantea superar la óptica cartesiana (el binomio explotación del trabajo y la naturaleza) y unir ambos elementos distintivos (Moore, 2018). Esta coproducción de trabajo y naturaleza es la que Jason W. Moore teoriza en términos de “trabajo en la naturaleza” y “naturaleza en el trabajo” (Moore, 2018, p. 223).
La ecología-mundo de la producción de cerdos es, por tanto, el eje analítico desde el cual realizan esta 1ª aproximación al complejo del cerdo en España. Este artículo se centra en el momento histórico de la constitución de un régimen alimentario neoliberal y global de la industria cárnica de cerdo. Fundamentan el análisis en un trabajo de investigación basado en entrevistas cualitativas a actores sociales implicados, directa o indirectamente, en los efectos socioeconómicos, laborales y ambientales de la industria del porcino (políticos, ganaderos, sindicalistas, trabajadores, ecologistas, líderes vecinales, etc.), así como en observaciones sobre el terreno y uso de fuentes secundarias (estadísticas oficiales, páginas web corporativas, documentos oficiales, etc.).
En el 1º apartado, se abordan las “revoluciones verdes” (Moore, 2020) que han posibilitado el proceso de globalización de la industria del cerdo. Para ello se utilizará la periodificación de regímenes alimentarios propuesta por el sociólogo Philip McMichael.
En el 2º apartado, siguiendo el enfoque de la ecología-mundo de Jason W. Moore, muestran cómo se ha constituido históricamente la carne de cerdo como un alimento barato, esto es, el proceso para obtener macronutrientes como “alimentos de salario” (Shiva, 2003), en el contexto de la expansión de una demanda interna derivada de la integración de las clases trabajadoras en la nueva norma de consumo de masas a partir de los años 70. Toman como referencia empírica España, y concretamente la Región de Murcia, como nuevo polo productivo de carne de cerdo.
ECOLOGÍA-MUNDO DE LA PRODUCCIÓN DE CERDO Y VARIACIONES DEL RÉGIMEN ALIMENTARIO
La producción de alimentos baratos es una de las vías estratégicas de valorización del capital en el capitalismo histórico, dado que la alimentación constituye una parte esencial de los costes de reproducción social de la fuerza de trabajo. La sucesión de los diferentes regímenes alimentarios que han caracterizado al capitalismo histórico ha atendido esta demanda sistémica (McMichael, 2016). La carne de cerdo ha jugado un papel muy importante en los diferentes regímenes alimentarios, hasta el punto de que en la actualidad “suministra 2/5 partes del total de carne que se consume en el mundo” (Smil, 2003, p. 191).
Jason W. Moore define los alimentos baratos como aquellos que en su devenir histórico producen cada vez más calorías con menos tiempo promedio de trabajo en el sistema de mercancías (Moore, 2020, p. 280). En ese sentido ha habido excelentes razones para el protagonismo alcanzado por la carne de cerdo en los diferentes regímenes alimentarios históricos pues, tal y como ha demostrado Vaclav Smil (2003), la carne de cerdo presenta, frente a otras carnes, importantes ventajas bioenergéticas: tienen un índice metabólico bajo (necesitan hasta un 40% menos energía de lo que podría esperarse para su peso), un periodo corto de gestación (muchos cerdos se comercializan hoy en menos de 5 meses después de su nacimiento) y una tasa de reproducción alta y crecen con rapidez. Esto ha elevado la eficiencia productiva enormemente según el indicador de salida (número de cerdos sacrificados en un año dividido por el número total de cerdos en las granjas): “durante la década de 1990, el índice fue de más de 1,5 en América del Norte y en la Unión Europea (que indica una edad media de sacrificio de menos de 8 meses), pero sólo de un 1,0 en México, un 0,8 en China y sólo de un 0,5 en Brasil” (Smil, 2003, p. 171).
Las variaciones históricas de régimen alimentario en la economía-mundo dan cuenta del protagonismo alcanzado por la carne de cerdo:
- En el régimen alimentario imperial (1870-1930) se articula un mercado agroalimentario europeo y global a partir de la consolidación y expansión de la 1ª economía industrial en Gran Bretaña (McMichael, 2016). Conforme la industrialización avanzó y se acentuó el trasvase de población rural hacia las fábricas urbanas: “Gran Bretaña tuvo que recurrir de forma creciente a la importación de bienes alimentarios: cereales, pero también bebidas, frutas, pasas, carnes, derivados de la leche” (Garrabou y Sanz, 1985, p. 68), los cuales fueron suministrados desde la periferia europea e incluso global. Similares procesos experimentaron otros países industriales. De tal forma que emergieron regiones especializadas en la producción cárnica para suministrar a los centros industriales y urbanos. Como demostraron en España los clásicos estudios del Grupo de Historia Rural, desde mediados del siglo XIX crece la ganadería vacuna en la cornisa cantábrica y la porcina en las regiones meridionales: a finales del siglo XIX. “Parece claro que la capacidad para atender a una demanda en expansión es superior en el caso del ganado porcino que en el del vacuno. Este último, que es también ganado de trabajo (prescindiendo de las terneras), supone un proceso de producción mucho más largo, así como unas mayores disponibilidades de piensos no siempre a la mano del campesino del interior. Mientras que, en el porcino, a una renovación genética de la cabaña muy favorable se suma la inviabilidad de usos alternativos, pudiendo, además, participar en su producción la pequeña y la gran explotación, ya que la dieta del animal se compone tanto de pastos y frutos espontáneos como de desperdicios” (GEH, 1985, pp. 260-261).
- En el siglo XX, la hegemonía en el sistema alimentario es tomada por EE.UU. Las grandes extensiones de las praderas americanas, junto con una innovadora investigación agronómica en centros especializados, posibilitaron la introducción a gran escala del maíz híbrido y nuevas variedades de trigo con altos rendimientos. Es el inicio de la Revolución Verde (Moore, 2021). En este contexto, la producción porcina experimentará una profunda reestructuración organizativa y técnica, tanto en las granjas como en los mataderos, de la cual emergerá una vigorosa industria cárnica (Anderson, 2019). En la misma, tiene un papel central el cambio alimentario hacia los piensos compuestos que exigirá una proporción creciente de la producción cerealista de grano destinado a pienso para la expansión cárnica1. Los mataderos también experimentarán una reorganización profunda mediante tecnologías intensivas y líneas de producción. En los años en los que Max y Marianne Weber se asombran ante el trabajo en serie de los mataderos de Chicago2, la producción en masa de carne está plenamente desarrollada. Según Dominic A. Pacyga, en 1900 disponían de una capacidad plena para 75.000 vacas, 500.000 ovejas, 300.000 cerdos y 5.000 caballos (Pacyga, 2008, p. 154). Sobre este régimen de trabajo social abstracto y de naturaleza social abstracta se iba a producir, a partir de los años 50 y 60, la internacionalización de lo que McMichael (2016) denomina un régimen alimentario intensivo (1950-1970): “el nuevo modelo reformateó el poder mundial, la acumulación y la naturaleza a través de una nueva configuración de la capitalización y de la apropiación” (Moore, 2020, p. 289).
- Sobre estas bases de intensificación productiva, introducción de variedades de alto rendimiento y el desarrollo y despliegue de los sistemas de transporte y las tecnologías de conservación en frío se producirá la globalización de la industria porcina bajo los parámetros de la liberalización comercial propiciada por el régimen alimentario corporativo (1970 hasta hoy) (McMichael, 2016). Los crecimientos serán absolutamente espectaculares (Gráfico 1) hasta representar la producción cárnica más importante del mundo, pues supone el 32,3% de la producción mundial de carne (FAO, 2019).
1
En 2019, la UE continuaba siendo el 2º productor mundial de porcino detrás de China, con una producción anual de casi 23 millones de toneladas (Gráfico 2). Los principales países productores son Alemania, España, Francia, Dinamarca y Polonia. Los expertos han destacado las elevadas tasas de crecimiento de la producción en España, con aumentos del 550% desde los años 70 (Soldevila, 2006, p. 696).
2
La UE requiere de los mercados exteriores para canalizar sus excedentes de carne de cerdo, dado que en 2019 se volvió a dar un significativo aumento del grado de autoabastecimiento, el cual se situó en el 123,38%. Tradicionalmente los países exportadores fueron Dinamarca, Holanda y Bélgica, pero progresivamente España ha ido elevando su presencia en los mercados globales hasta convertirse en el mayor exportador de la UE de carnes y elaborados de porcino (Interporc-Spain, 2020).
Se aprecia una intensificación de la competencia en los mercados internacionales. Por un lado, están aquellas áreas geográficas como la UE con excedentes productivos que requieren, por tanto, de mercado mundial para canalizarlos. Por otro lado, la emergencia junto a los exportadores tradicionales (EE.UU., Canadá, Dinamarca, Holanda o Bélgica) de nuevos países productores y exportadores, tales como España, Brasil o Vietnam. Desde el año 2000 se observa una tendencia en los mercados hacia una ralentización de su crecimiento e incluso de su saturación, lo que ha conllevado una mayor incertidumbre e inestabilidad.
Esta internacionalización y mayor competencia en el comercio global conlleva el surgimiento de un nuevo actor que toma el mando: “Las cadenas de comercialización internacionales son las que organizan los flujos comerciales en los mercados globalizados. El mercado de la carne de cerdo está siendo disputado por cadenas de producción integradas verticalmente” (Soldevila, 2006, p. 699).
LA CONSTRUCCIÓN DE FRONTERAS DEL TRABAJO Y LA NATURALEZA BARATA EN EL COMPLEJO PRODUCTIVO DE CARNE DE CERDO ESPAÑOL
Siguiendo a Jason W. Moore, para investigar la construcción de la carne de cerdo como un alimento barato requerido por la lógica expansiva de la acumulación de capital se debe atender a lo que denomina los 4 inputs baratos de las mercancías (Four Cheaps (alimentos, trabajo, energía y materias primas)). Ello implica entender el valor de la mercancía carne de cerdo desde la doble relación de “capitalización de la producción” y “apropiación de la reproducción”. Es decir, el valor tiene una doble codificación, es “una dialéctica de valor/no valor” (Moore, 2017, p. 150), esto es: “El valor es cifrado simultáneamente a través de la explotación de la fuerza de trabajo en la producción de mercancías [creación de valor propiamente dicho] y a través de la apropiación de las capacidades de la naturaleza de crear vida como trabajo no remunerado [el no valor, que es condición para el valor como zona de explotación]” (Moore, 2017, p. 150).
El capitalismo, como proyecto histórico de valorización del valor, busca movilizar y apropiarse de las “fuerzas de la naturaleza” (del trabajo no pagado de la naturaleza humana y de la naturaleza extrahumana), tanto como racionalizar lo más productivamente posible el uso de las “fuerzas de trabajo” (trabajo pagado) mediante la reducción e intensificación del tiempo de trabajo. La incesante búsqueda de la reducción del tiempo de trabajo se realiza a través de la definición y movimiento de “las fronteras mercantiles”, esto es, “en la medida en que la energía barata, los alimentos baratos, las materias primas baratas y el trabajo barato puedan ser asegurados a través de estrategias de apropiación fuera del circuito inmediato del capital. Esto solo puede ocurrir a través del ensanchamiento continuo de las áreas geográficas de apropiación. De este modo se unen el capital y el poder capitalista en la coproducción de naturalezas baratas”.
A continuación, se mostrará empíricamente “las fronteras de trabajo barato y de naturaleza barata” impulsadas por el complejo de carne de cerdo en España y en la Región de Murcia para la producción de alimentos baratos.
Crisis de la ganadería tradicional y emergencia de una nueva naturaleza histórica: integración de las pequeñas explotaciones ganaderas
En la década de los 60 del pasado siglo XX se configura en el campo español un sector porcino de carácter industrial, con la aparición de mataderos y otras instalaciones en las explotaciones rurales, que abastecía fundamentalmente mercados de proximidad. A partir de este modelo productivo se irán sucediendo transformaciones sustanciales, con el desarrollo y consolidación de empresas netamente industriales, con proyección comercial a escala nacional y con una cada vez mayor vocación exportadora.
Como se vio anteriormente, con la internacionalización del régimen alimentario intensivo (1950-80) (McMichael, 2016) se inicia en España el giro del sector ganadero hacia la producción intensiva bajo el amparo de los programas del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (García Dory y Martínez, 1988), produciéndose así la subsunción real del trabajo en el capital, tanto del trabajo propiamente ganadero como de producción cárnica. Se trató de un movimiento de mercantilización y de apropiación que supuso la creación de una nueva naturaleza histórica3 caracterizada por la descampesinización; la sustitución de razas autóctonas por variedades de alto rendimiento; la estabulación de los animales y el cambio de suministro alimentario mediante piensos compuestos y la verticalización (o integración vertical) y conformación de la explotación familiar agrícola según la lógica empresarial.
Así quedó definida una frontera de trabajo barato en este nuevo régimen de trabajo abstracto y de naturaleza abstracta. Por un lado, los campesinos que no fueron expulsados, se subsumieron a partir de la década de los años 60 en la integración vertical de la cadena de producción de la carne de cerdo. Esto implicó un cambio radical de las formas tradicionales de trabajo, la sustitución de las razas de ganadería tradicional y la integración de las explotaciones en el complejo de producción de piensos compuestos. Esta integración vertical implantó un modelo ganadero fuertemente dependiente de inputs importados (cereales, variedades ganaderas, etc.) (Langreo, 1978). Desde mediados de los años 80, con la entrada de España en la Comunidad Económica Europea (CEE) y el inicio de la orientación exportadora, los mataderos y la industria cárnica irán progresivamente adoptando una posición dirigente en la cadena.
En España, el modelo de integración comprende el 75% de la producción, quedando para el ganadero independiente el 10% y para las cooperativas el 15%, aproximadamente (COAG, 2019). La empresa cárnica controla la propiedad del animal y, aunque suministra el alimento y los medicamentos necesarios, es el ganadero quien se hace cargo de la gestión de la instalación intensiva, de los purines y de todos los impactos ambientales asociados. Por tanto, el ganadero, sin capacidad de decisión ni de trasladar los costes a los consumidores, cobra cierta cantidad por cerdo engordado, pero en esa ganancia no se incluyen los costes de la gestión de los purines, con lo que el integrador acaba apropiándose de una naturaleza (humana y extrahumana) no remunerada que elude el principio de quien contamina paga (FNCA, 2018). Desde las organizaciones ganaderas se califica este tipo de organización de la producción como un proceso de “uberización” del campo español (COAG, 2019, p.4). Según Segrelles, “los engranajes del mecanismo integrador dan lugar, por lo tanto, al neto predominio del capital y a un imparable cambio en la propiedad de los medios de producción, lo cual configura actualmente un panorama de concluyentes repercusiones económicas y sociales” (Segrelles, 1993, p. 492).
La verticalización supuso una expropiación de los saberes campesinos para ponerlos a disposición del nuevo régimen empresarial de la “explotación familiar agrícola”, además de una ingente cantidad de tiempo de trabajo no pagado, pues en el “habitus campesino” apenas existía una disposición hacia el cálculo racional del tiempo de trabajo y sí hacia el trabajo no cuantificado. El paradigma de frontera del trabajo barato serán las mujeres de las explotaciones ganaderas integradas, cuyo trabajo no remunerado quedará invisibilizado socialmente y sin reconocimiento jurídico como “ayuda familiar” (Sampedro, 1996).
Cambios en el régimen de trabajo y naturaleza abstracta: grandes empresas de ciclo integrado y macrogranjas
Con el cambio de siglo, las grandes empresas cárnicas y distribuidoras alimentarias empezaron a crear sus propias marcas y se posicionaron como el núcleo principal de la cadena integrada del cerdo. Esto conllevará profundas variaciones en la naturaleza histórica, pues la marca supone un mayor control e integración vertical de los productores, los cuales deberán adaptar sus procesos al cumplimiento de estándares de calidad, plazos de entrega y una mayor homogeneización del producto (Soldevila, 2006, p. 715).
Se trata de empresas que han experimentado una fuerte centralización y concentración de capital sobre la base del desarrollo de economías de escala, pero también de economías de diferenciación del producto. Por ejemplo, en la Región de Murcia, la factoría cárnica de El Pozo Alimentación se ha convertido en una marca global que le ha llevado a incrementar exponencialmente su capital constante y variable, de tal forma que a fecha de hoy han conseguido alcanzar el sacrificio de 15.000 cerdos diarios de lunes a sábado y sus instalaciones están preparadas para llegar a la cifra de saturación, estimada en 18.000 cerdos sacrificados al día (sin llegar a las dimensiones de El Pozo, similares procesos de concentración y ampliación de la escala de producción se observan en otras empresas cárnicas de la Región de Murcia de tamaño medio, como la empresa JISAP en Lorca: 420 granjas de producción, 170 millones anuales de kilos de carne, 300 empleos directos). Con la emergencia de estos actores empresariales fuertemente capitalizados y que articulan un ciclo productivo integrado, la Región de Murcia se ha especializado en la cría intensiva de cerdo: el número de granjas de cerdo dadas de alta oficialmente en 2019 asciende a 1.515, de las cuales, 1.492 corresponden a explotaciones de carácter intensivo, frente a las 5 de ganadería extensiva.
En base al número de animales, en el año 2018 se contaba con 1.890.222 cabezas de porcino, equivalente a 322.244tn de carne (CARM, 2019b), configurándose la región como una de las zonas productoras de mayor dimensión en el contexto nacional.
Estas economías de escala, y los requerimientos de estandarización del producto han hecho que las grandes empresas cárnicas induzcan un movimiento hacia una mayor concentración de las explotaciones porcinas, provocando el declive de la explotación familiar agrícola, especialmente de las más reducidas, y la emergencia de las grandes explotaciones que se han incrementado en más de un 60% en la última década (gráfico 3).
3
El modelo de la macrogranja supone una contracción de “la gran frontera” de trabajo barato que el régimen alimentario intensivo encontró en la España rural y campesina de los años 60. El cálculo racional del tiempo de trabajo abstracto está ahora plenamente incorporado, se eleva considerablemente la composición orgánica del capital con todo tipo de innovaciones tecnológicas y disminuye, al fin, la apropiación de aquel trabajo no remunerado extraído de las pequeñas explotaciones ganaderas. Obviamente sigue habiendo pequeños productores “integrados” y mujeres, “ayudas familiares”, pero no en la extensión del momento de la “gran frontera”.
Ahora el trabajo barato ha de obtenerse mediante la relación salarial. Las macrogranjas y, en general, las explotaciones familiares, han sustituido el trabajo familiar por trabajo asalariado. Igualmente, la relación salarial es la relación social de producción básica de los mataderos y de la industria cárnica. Dada la intensa concentración de capital de las últimas décadas, las empresas cárnicas han elevado considerablemente su número de trabajadores asalariados, las cuales pueden ir desde las grandes empresas como la factoría de El Pozo Alimentación en Alhama (Región de Murcia), cuya plantilla de trabajadores ascendía en 2020 a 7.000 empleos directos (según su página web) hasta empresas medianas de entre 300-400 trabajadores.
Esta espectacular ampliación de la escala de producción y acumulación es el resultado de la constitución de una naturaleza histórica que ha hecho posible una compresión intensísima (o aniquilación) del espacio por el tiempo. Un régimen temporal que constituye un tiempo disciplinado por las exigencias de los ritmos de trabajo del capital, según un movimiento simultáneo de explotaciones ganaderas de cada vez mayor tamaño y tecnificación (macrogranjas) e integradas verticalmente en las factorías de producción cárnica. Además, una enorme flota de camiones traslada diariamente los miles de lechones requeridos desde las granjas a los mataderos y/o factorías de carne. Posteriormente, distribuyen los productos elaborados mediante camiones frigoríficos a los supermercados que, en el caso de la empresa murciana El Pozo, llega a extender la comercialización de sus productos por hasta 80 países.
Aunque la gran frontera del trabajo barato se ha restringido, sin embargo, por otro lado se ha producido un incremento de la mano de obra asalariada, tanto en las granjas como en los mataderos y fábricas cárnicas, el cual ha sido viable por la constitución en España de un régimen salarial neoliberal basado en potenciar la flexibilidad laboral y la devaluación del salario.
En la cadena de la carne de cerdo aparecen 2 realidades laborales polarizadas. Por un lado, las granjas y macrogranjas que, aun siendo muy intensivas en capital, también requieren fuerza de trabajo asalariada para tareas muy exigentes en esfuerzos físicos. Se trata de un universo laboral disperso por los campos, prácticamente sin presencia sindical y cuyos trabajadores son mayormente inmigrantes de procedencia subsahariana y también de países de la Europa del Este, es decir, están extraídas de las nuevas reservas de trabajo barato que ha movilizado el capitalismo global a través de las migraciones internacionales (Molinero y Avallone, 2017).
Por otro lado, los mataderos y grandes empresas de producción cárnicas como El Pozo en la Región de Murcia, las cuales gracias a la devaluación salarial han dispuesto de trabajo barato, pero que sin embargo la relación laboral se negocia y se dispone de un convenio colectivo con ventajas salariales y contractuales positivamente valorado por los sindicatos, se nutren de mercados locales de trabajo (aunque también de las migraciones internacionales) y la presencia sindical es elevada. 2 son las estrategias que cabe encontrar en estos eslabones de la cadena para la reducción de tiempo de trabajo abstracto y apropiación de trabajo barato:
- Una estrategia de intensificación de los ritmos de trabajo, que ha permitido trasladar al interior de la fábrica esa naturaleza histórica de aniquilación del espacio por el tiempo, mediante tecnologías fordistas y primas salariales por rendimientos. Éste es el caso de la factoría cárnica de El Pozo, cuyos ritmos intensivos y esfuerzos físicos para trabajar 15.000 cerdos diarios han provocado un considerable aumento de accidentes de trabajo y lesiones musculoesqueléticas: “Ahí va a haber un problema a medio plazo de salud laboral… Yo lo que veo allí es una gran masa de currantes de entre 20-40 años que se están dejando los codos, las muñecas, los hombros y las espaldas cortando carne a todo meter. Fíjate si es duro el trabajo y si hay sindicalización que han conseguido parar 10 minutos por hora para descansar. Eso no lo he visto yo en ningún sitio. Tienen tropecientos mil acuerdos de jornadas, de horarios, de primas, de rollos en vinagre que superan (eso nos dicen) el convenio colectivo” (entrevista a sindicalista).
- Una estrategia de descentralización productiva mediante subcontratación de determinadas tareas de trabajo que “aspira a construir una empresa sin trabajadores donde la movilización y utilización de las capacidades productivas de las personas no conlleven su integración formal y estable en la empresa” (Riesco, 2020, p. 63). Esta descentralización y consiguiente subcontratación de fuerza de trabajo se está realizando a través de contratos mercantiles con empleos por cuenta propia (autónomos), como contratos mercantiles con cooperativas de trabajo asociado y en el que los trabajadores aportan su actividad mediante una vinculación como autónomos. Según un estudio de CCOO, en la última década no ha cesado de crecer el recurso a la subcontratación en la empresa cárnica española en porcentajes variables según empresa, oscilando entre la mínima relevancia que va del 12,8% respecto a los gastos de personal al 2.487% (CCOO, 2017).
La producción de espacio para la naturaleza barata
La industria global de carne de cerdo mide su eficiencia alimentaria con un índice de conversión del alimento total: kilos de pienso para una granja porcina integrada, dividido por el peso en vivo de los cerdos destinados a sacrificio producidos. Una eficiencia óptima depende del precio de los piensos compuestos y de la productividad de las hembras de cerdo o la proporción de lechones sacrificados por hembras (Hoste, 2020).
Este índice de eficiencia depende en definitiva de la frontera de la naturaleza barata, es decir, de la apropiación del trabajo no remunerado realizado por naturalezas extrahumanas, como los suelos o los animales (Moore, 2017). Las relaciones de poder capitalistas y la ciencia juegan un papel fundamental para la producción de las naturalezas baratas de las que depende el “índice de conversión del alimento total”. Así, el poder capitalista se manifiesta en la apropiación y acaparamiento de tierras para producir soja y otras plantas oleaginosas, necesarias para la producción de alimentos baratos para cerdos (piensos compuestos); y el papel de la ciencia capitalista, en las enormes cantidades de inversiones destinadas a la investigación y desarrollo de variedades de cerdo de alto rendimiento.
La “gran frontera” de la tierra barata constituida por el nuevo régimen alimentario corporativo tiene su origen en la década de los 60 cuando se inicia la integración de las explotaciones porcinas en el complejo de producción de piensos compuestos, que a su vez se articulaba con el complejo mundial de soja (Viladomiu, 1985). Esto supuso la subsunción de una enorme cantidad de tierras en los países del sur, previa destrucción de las culturas alimentarias locales, supeditada al nuevo “imperialismo de la soja” (Shiva, 2003).
La otra frontera de naturaleza barata tiene que ver con la revolución de la “cría intensiva” en la producción de carne de cerdo. El rendimiento de las hembras es un importante coste de producción por lo que los diferentes países compiten por elevar al máximo posible la productividad de las hembras del cerdo: “Dinamarca y los Países Bajos encabezan la lista de productividad de las hembras con unos 28 cerdos de sacrificio vendidos por hembra al año. A continuación, están Alemania, Bélgica, Francia e Irlanda, con unos 25-26 cerdos vendidos por hembra y año. La mayoría de los demás países europeos y americanos, en cambio, producen al año 22-24 cerdos de sacrificio por hembra” (Hoste, 2020).
En definitiva, la intensificación de la producción de lechones por hembra forma parte de la dinámica anteriormente apuntada de aniquilación del espacio por el tiempo.
Por otra parte, junto con las anteriores producciones del espacio, la industria del porcino ha requerido definir otra para gestionar los residuos que genera. Los residuos del porcino se identifican con efectos como la contaminación de las aguas por nitratos o amonio; la eutrofización de las aguas por nitrógeno y fósforo; la contaminación del aire (fundamentalmente con amoniaco, óxidos de nitrógeno y partículas PM10 y PM2.5, aerosoles, microorganismos, etc.); la acidificación del aire; la producción de gases de efecto invernadero (principalmente metano y óxido nitroso); el alto consumo de agua; las molestias locales provocadas por malos olores, ruidos y polvo; la diseminación de metales pesados, pesticidas y sustancias tóxicas; la diseminación de microorganismos (incluyendo patógenos resistentes a antibióticos) y los residuos de medicamentos veterinarios en el agua y el suelo (MAPAMA, 2017).
Los efectos más problemáticos son la contaminación del suelo y de las aguas subterráneas por los residuos ganaderos. Las granjas intensivas de porcino, sobre todo las de gran tamaño, generan un volumen de estiércol tan elevado que, con frecuencia, el suelo de las zonas agrícolas circundantes no tiene capacidad de asimilarlo. Para minimizar este riesgo se busca mudar a otras zonas los residuos de purines no tratados, normalmente a larga distancia. Sin embargo, esta posibilidad no siempre resulta viable debido a su coste y a los posibles impactos ambientales asociados al traslado. Un estudio de la Fundación Nueva Cultura del Agua (FNCA, 2020) cuantifica el volumen de purines de las explotaciones intensivas de porcino en 2 metros cúbicos por cerdo al año, lo que da lugar a unos 60 millones de toneladas anuales en todo el país, con una concentración en nitrógeno 40 veces superior al de las aguas residuales.
Otro factor de riesgo son las balsas de almacenamiento donde se mantienen los purines hasta el momento de su retirada. En caso de roturas y otros incidentes, las balsas se convierten en una fuente de contaminación difusa de 1º orden, ya que su posible vertido o filtración afecta tanto a las aguas subterráneas como a las aguas de escorrentía, a los suelos y a la vegetación natural de los espacios agroambientales.
Por su parte, las grandes granjas ganaderas demandan un importante volumen de agua, tanto para dar de beber a los animales, como para regar los cultivos que alimentan al ganado. Precisamente, en cuanto al agua para consumo humano, en el año 2016, la Agencia Catalana del Agua (ACA) puso de manifiesto la problemática relacionada con el exceso de nitratos de origen agrario y ganadero en las masas de agua subterráneas en Cataluña (Síndic de Greuges de Catalunya, 2016).
La investigación en la Región de Murcia se ha atendido a la producción de espacio por parte de la industria del porcino como otra frontera de naturaleza barata, que es crucial para la expansión de las macrogranjas de cerdos y la gestión de las emisiones de residuos. Viene definida por la búsqueda de tierras rurales de baja densidad demográfica y disponibilidad de recursos naturales (agua y suelo) para la localización de macrogranjas fuera de las ubicaciones tradicionales de las explotaciones porcinas, donde se ha llegado a un grado alto de saturación. En efecto, la frontera delimita aquellas comarcas agrarias de mayor saturación de explotaciones porcinas (la mayor concentración de explotaciones se detecta en la comarca del Campo de Cartagena con 352 y en la comarca del Valle del Guadalentín que cuenta con 950 explotaciones (CARM, 2019b); entre ambas comarcas concentran el 86,2% de las explotaciones existentes (un total de 1.509)), frente a aquellas de mucha menor concentración y con una gran disponibilidad de espacios rurales de baja densidad demográfica (tierras de secano, espacios naturales, etc.): la comarca del Altiplano contaba con 11 explotaciones ganaderas, 37 la del Río Mula, 54 la del Noroeste y 105 la de la Vega del Segura (CARM, 2019b). Es este lado de la frontera el que está en disputa, ambicionada por los planes expansivos de las empresas cárnicas que se ubican fundamentalmente en el aquel otro lado de la frontera de mayor concentración y saturación de explotaciones.
Lo que está en juego es la necesidad de espacio para los residuos de las explotaciones porcinas y está generando una nueva conflictividad socioecológica que se extiende por el campo murciano y español. En la tabla 1 se han sintetizado las principales características relevantes de los diferentes conflictos socioambientales activos en la Región de Murcia.
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En definitiva, en los territorios poco poblados del campo español y de la Región de Murcia, la “población porcina” está experimentando un crecimiento considerable a expensas de la envejecida “población local”. La búsqueda de tierras baratas y despobladas para las macrogranjas y sus residuos está en la base de estos problemas y conflictos. Además, hay razones suficientes para pensar que el marco jurídico está hecho a medida de las necesidades expansivas de las empresas de la industria porcina, como se mostrará a continuación. En España, las regulaciones ambientales de la ganadería porcina son mucho más laxas, en comparación con otros países europeos. La aplicación de las normas ambientales se ven a menudo erosionadas, cuando no burladas, por los grupos de presión ganaderos (FNCA, 2019).
Las normas jurídicas determinan el riesgo permitido en una sociedad, y en base a este mandato, la intervención de la Administración sobre la actuación del hombre se concreta por medio de autorizaciones, licencias, declaraciones responsables, etc. Por ello, la “autorización porcina” determinará el riesgo de carácter singular permitido por la Administración, construido sobre componentes técnicos, más que jurídicos. Si el riesgo permitido es el grado de explotación legalizada, lo primero que se debería evaluar es el criterio técnico (por ejemplo, al que acuden los responsables de la toma de decisiones, para permitir riesgos provocados por la actividad porcina en la Región de Murcia).
Las decisiones de varios Ayuntamientos porcinos y el propio Gobierno regional han permitido la implantación, a ritmo vertiginoso, de grandes explotaciones. La inexistencia de una adecuada ordenación territorial que planifique, distribuya y compatibilice los usos, ha propiciado la expansión de este modelo ganadero.
No existe una planificación del espacio regional para regular las instalaciones ganaderas de carácter intensivo. Esto es una de las causas principales de la existencia de la conflictividad contra las macrogranjas. Lejos de caminar hacia la aprobación de instrumentos de ordenación establecidos por ley, la Administración Regional ha impulsado herramientas jurídicas favorables a regular la ilegalidad, vía “excepciones”.
Esta situación se remonta al boom inmobiliario anterior a 2008. En aquel momento, como la prioridad era el ladrillo, la existencia de granjas ganaderas en suelo no urbanizable molestaba sustancialmente al nuevo planeamiento urbanístico del “pelotazo”. Teniendo en cuenta que la legislación ambiental exige unas distancias mínimas entre las granjas y los conjuntos residenciales, la necesidad de salvar este escollo se fue adaptando el Derecho “a medida” de los intereses inmobiliarios. En consecuencia, la mayoría de planes urbanísticos de la época dejaron técnicamente en situación de “fuera de ordenación” a las granjas ganaderas, que quedaban englobadas en los perímetros de suelo urbanizable y con una distancia inferior a la establecida por la normativa urbanística, lo que suponía que no pudieran ampliarse ni legalizarse. Esta apuesta abusiva por el sector del ladrillo, que en aquel momento era el predilecto para el poder económico y político, generó escenarios de colisión que a día de hoy han creado situaciones escandalosas desde el punto de vista jurídico en municipios de tradición porcina como Lorca o Puerto Lumbreras.
Estos supuestos nos permiten ver con claridad cómo los intereses económicos y políticos confluyen en función de las necesidades del capital porcino, y, en ocasiones, determinan el camino del Derecho hacia regulaciones más favorables a sus pretensiones. Es el caso del reciente Real Decreto 306/2020, de 11 de febrero, por el que se establecen normas básicas de ordenación de las granjas porcinas intensivas, el cual, a la hora de regular las limitaciones por densidad ganadera permite sortear determinados requerimientos mediante lo que se podría denominar “la tiranía porcina de las excepciones normativas”.
CONCLUSIÓN
Se ha demostrado que el régimen alimentario neoliberal y global ha producido a lo largo del tiempo histórico fronteras del trabajo no remunerado (tanto de la naturaleza humana como de la naturaleza extrahumana) con el fin de sostener la expansión global de la carne de cerdo. La articulación de los Four Cheaps (alimentos baratos, trabajo barato, materias primas baratas y energía barata) ha venido organizando históricamente una serie de tendencias sociales, económicas, productivas y político-institucionales en torno a los imperativos de la ley del valor.
Las cifras de la expansión global de la carne de cerdo son espectaculares. Pero al evidenciar las fuentes del trabajo no remunerado que las fundamentan se abren numerosas incertidumbres e interrogantes que podrían reunirse en torno al diagnóstico que Jason W. Moore hace de la crisis capitalista: el agotamiento de las naturalezas humanas y extrahumanas en la ecología-mundo capitalista.
En nuestra investigación hemos detectado numerosos indicios de este agotamiento. Por el lado de la frontera del trabajo barato, las macrogranjas evidencian el final del trabajo barato que dispuso la descampesinización (incluyendo el del trabajo femenino como ayuda familiar en la pequeña explotación), al tiempo que los trabajadores de las factorías cárnicas están agotados (física y psicológicamente) y tratan de regular sus condiciones laborales para que la reproducción de su fuerza de trabajo forme parte de la relación salarial (descansos y otras limitaciones a los ritmos de la jornada laboral, denuncia de los falsos autónomos, convenio colectivo, etc.).
Por el lado de la naturaleza barata (cerdos, piensos compuestos, plantaciones para soja, etc.), también se presentan evidencias de agotamiento: cada vez hay una mayor resistencia social a la expansión de macrogranjas en espacios rurales ajenos a la producción porcina (o que están muy poco explotados), dada la problemática de residuos y emisiones contaminantes que arrastran las explotaciones; las regulaciones de bienestar animal tratan de “civilizar” la intensificación de los ritmos de trabajo de los cerdos; la estabulación y gran concentración de cerdos en explotaciones propicia la aparición de virus de rápida circulación por “el capitaloceno” (Moore, 2020) como ha mostrado la gripe porcina; finalmente, los precios de la alimentación de los cerdos han sufrido fuertes aumentos desde 2007 y se prevé que los precios de la alimentación sigan incrementándose y fluctuando, puesto que la evolución del precio de los ingredientes de los piensos (en especial, de los ingredientes que aportan energía) está ligada a la evolución del precio del crudo (el precio de la alimentación de cerdos en los años 2012/13 fue superior en un 70% al de 2006 y aproximadamente un 50% mayor en 2014) (Hoste, 2020).
Los analistas diagnostican incertidumbres e inestabilidades en los mercados globales de la carne de cerdo. Éste análisis revela que tras estas incertidumbres subyace el “fin de la naturaleza barata” (Moore, 2017).
Autores:
- Andrés Pedreño Cánovas. Profesor Titular de Sociología en el Departamento de Sociología de la Universidad de Murcia. España.
- María Giménez Casalduero. Profesora en el Departamento Derecho Administrativo de la Facultad de Derecho de la Universidad de Murcia. España.
- Antonio J. Ramírez Melgarejo. Doctor en Sociología por la Universidad de Murcia. Ayudante doctor en el departamento de Sociología Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid. España.