El corcho ha preservado el alcornoque. Este noble árbol, enraizado en la cultura mediterránea, ha perpetuado el modo de vida de miles de familias en un entorno con pocas posibilidades de desarrollo. Los trabajos y labores culturales de la dehesa fijaron la población en un territorio que basa su sustento en la pervivencia de este modo de explotación sostenible de los bosques. Pero el actual escenario de la dehesa se ve comprometido por múltiples factores: enfermedades, malas políticas medioambientales, envejecimiento de la población o la irrupción de productos sintéticos sustitutivos del corcho. En el aprovechamiento de este producto natural, el hombre utiliza los recursos naturales que le rodea sin alterar ni dañar la naturaleza. Sobrevivirá mientras la demanda de corcho justifique económicamente esta ancestral explotación (Carrero Carrero, 2009).

En este contexto, la estrategia a seguir pasa por ensalzar y visibilizar los valores medioambientales asociados al monte alcornocal como un factor diferenciador frente a los sucedáneos artificiales, altamente contaminantes en su fabricación y destrucción.

INTRODUCCIÓN: DISTRIBUCIÓN MUNDIAL DEL ALCORNOQUE Y PRODUCCIÓN CORCHERA

El corcho es la corteza protectora del alcornoque (Quercus suber). Junto con la encina (Quercus ilex) conforman las especies más características del estrato arbóreo de la formación vegetal clímax del dominio mediterráneo: la durisilva.

Este bosque siempre verde presenta diversas especies vegetales caracterizadas por hojas aciculares, pequeñas, endurecidas y perennifolias. Rasgos que muestran un xeromorfismo motivado por la larga y cíclica sequía estival, tratándose por tanto de un bosque esclerófilo.

La paleobotánica encuadra su punto álgido en cuanto a extensión entre el Plioceno y comienzos del Cuaternario, antes de la última glaciación (Buxó y Piqué, 2008). No obstante, en los últimos periodos geológicos y a causa de las transformaciones climáticas se produjo un profundo retroceso de su zona de desarrollo, tanto al Norte como al Sur de su actual entorno natural (ver mapa). De igual modo, la cuenca mediterránea ha sido objeto de profundos cambios de la mano del Hombre ya que ha sido marco de las actividades humanas desde tiempos remotos.

Como especie endémica del ámbito mediterráneo, el alcornoque se desarrolla en un área geográfica determinada con una significación territorial muy concreta: el Mediterráneo Occidental de influencia oceánica, con suelos de sustrato silíceo y un pH relativamente bajo. A estos inevitables determinantes naturales habría que sumar unos manejos culturales sobre el monte mediterráneo, conformando un complejo sistema de explotación forestal con vocación de perpetuarse en el tiempo al basarse sobre unos claros parámetros de sostenibilidad ambiental: la extracción del corcho como un producto natural renovable

Campos (1991; XXXV) reafirma que la persistencia de este endemismo mediterráneo “se debe tanto a causas ambientales como a causas culturales y económicas”. A pesar de tener el alcornoque un ámbito geográfico más extenso, Parsons (1962) emplaza las grandes masas de alcornocal en el cuadrante suroccidental de la península Ibérica, donde confluyen idóneas condiciones naturales además de un componente cultural que no se da en otros países ribereños del Mediterráneo, en los que no se ha aprovechado con la misma intensidad ni conservado del mismo modo, por lo que su concentración espacial se diferencia mucho en densidad y homogeneidad (Voth, 2009). Los insoslayables factores ambientales y, especialmente, el componente cultural del manejo de estos bosques ha propiciado la “iberización” tanto de la superficie alcornocal como de la producción corchera a nivel global (Zapata, 2002). Así, los 2 países ibéricos atesoran el 52% de la superficie, destacando la supremacía de Portugal con un tercio del total mundial, seguido de España con el 20%.

En cuanto a la producción total de corcho (una media de entre 320.000 y 350.000 toneladas anuales) no es solo fruto de la concentración superficial ibérica (1.183.167 hectáreas, lo que corresponde al 52% de la superficie total que esta especie ocupa en el mundo) sino de la persistencia de labores culturales de su aprovechamiento, conformando al alcornocal en un territorio restringido y, por ende, al corcho en un producto estratégico (Carrero Carrero, 2015).

Es precisamente en la comparación superficie/producción donde se plasma la profunda presencia/ausencia de la herencia cultural de los trabajos realizados sobre el monte alcornocal entre los diferentes países suberícolas. Es llamativo el caso de Marruecos y, especialmente, de Argelia, con extensiones cercanas a la española, pero con unos bajos niveles de productividad, reflejo de la falta de tradición en el manejo del alcornocal (ver gráfico 1).

INCERTIDUMBRES Y PROBLEMÁTICA: POR QUÉ HAY QUE PROTEGER AL CORCHO

El monte alcornocal y el corcho pasan por momentos de franca preocupación y no son pocos los frentes por los que se ven atacados. La sola consideración del corcho como producto natural, como recurso renovable y ambientalmente sostenible, debería arrojar luz sobre el futuro de este sector, suponiendo un aliciente para impulsar el desarrollo de comunidades rurales en comarcas deprimidas, esto es, mejorar las condiciones socioeconómicas del medio rural para frenar su despoblamiento, a la vez que impedir el abandono de las extensiones ocupadas hoy día por el alcornocal y evitar su sustitución por nuevos e insostenibles usos.

El actual panorama se ve ensombrecido por una serie de problemas que a día de hoy se muestran irresolubles. Entre otros podemos citar la “seca”, enfermedad provocada por distintos factores donde el principal patógeno causal identificado es la fitóftora (Phytophthora cinnamomi). Este agente produce la podredumbre radical y la irremisible muerte del árbol. Su avance es lento, pero a día de hoy es imparable, calificándose como el “cáncer de la dehesa” al no existir un eficaz antídoto que lo frene. Es la principal amenaza interna de las formaciones de encinas y alcornoques en buena parte de la Península Ibérica.

La problemática se agudiza al observar cómo inexorablemente se va reduciendo la mano de obra especializada, ya muy envejecida, de sacadores, cortadores y/o escogedores de corcho, sin un recambio generacional que preserve el buen hacer tradicional. Situación provocada por el despoblamiento generalizado y por los cambios en las estructuras sociales de las zonas rurales, rompiéndose la cadena de transmisión de los conocimientos tradicionales a las nuevas generaciones, haciendo que la gestión y explotación del alcornocal sea más difícil cada día y, en última instancia, provocando una degradación y pérdida generalizada de alcornocales.

La avanzada edad de los operarios especializados “corre paralela” al envejecimiento de las masas forestales por la escasa renovación arbórea. La discontinuidad e incertidumbre de las ayudas frenan la puesta en marcha de nuevos proyectos repobladores. La reducción o pérdida de subvenciones otorgadas para los veinte primeros años de laboreo pueden originar cierto desinterés en los productores. Y es que la longevidad del alcornoque es un “arma de doble filo”, porque si su dilatada “esperanza de vida” es su mejor aliada, el largo turno de espera hasta llegar a la madurez productiva (entre 35 y 40 años) juega en su contra, pues “plantar para los nietos es algo que disuade la inversión” (Lorca Bando, J. R., 2013).

A todo lo anterior habría que sumar la excesiva carga ganadera y/o cinegética o los inadecuados tratamientos silvícolas, ocasionando daños irreparables y colocando al alcornoque y su producto estrella en una compleja posición de mercado, con claros visos de retraimiento.

Pero el actual escenario se agrava aún más con la principal amenaza externa: la penetración de sucedáneos sintéticos para el más noble y productivo uso del corcho, el taponamiento de botellas de vino, ganando estos substitutos de plásticos, de silicona o de rosca de aluminio mayores cuotas de mercado años tras año. Llegados a este punto, organismos públicos como el Instituto del Corcho, la Madera y el Carbón Vegetal de Extremadura (IPROCOR) han propuesto a la Unión Europea el pago de una ecotasa por el uso de sintéticos en el taponado.

Pero, ¿por qué debemos salvar el alcornoque y el corcho? No existe una sola respuesta, aunque confluyen diferentes y sólidos argumentos que aconsejan su preservación. En 1º lugar, es un generador de empleo y no solo en la época de cosecha, sino que, en la fabricación de tapones de corcho, al ser el procedimiento productivo esencialmente manual, pese a la mecanización de algunas fases del proceso, interviene un importante colectivo del mundo rural. Además, el alcornoque y el corcho tienen la trascendental función económica y social de fijar la población al territorio, reduciendo un negativo flujo migratorio que incrementa los índices de mortalidad por el envejecimiento de la población. Asimismo, mitiga la reducción de las tasas de actividad en territorios de escasa vocación agrícola donde un débil nivel de desarrollo amenaza la existencia de muchos núcleos rurales por la falta de otras alternativas productivas. Los distintos aprovechamientos unidos a las labores de mantenimiento de las masas (desbroces o podas) reducen los elevados índices de empleo en estas poblaciones.

Las funciones y usos derivados de los montes no se deben considerar como elementos aislados, ya que convergen de forma simultánea. En vista de ello, se impone un enfoque integrado que ponga en valor conjuntamente todas las rentas obtenidas, incluyendo no sólo los bienes de mercado (miel, leña, madera, caza, forraje, frutos silvestres y corcho), sino los beneficios indirectos, generalmente ignorados en los balances económicos, como la conservación (de recursos hídricos, preservación del suelo, reducción de la erosión, etc), valores sociales y culturales (usos turísticos-recreativos, patrimonio cultural y etnográfico, etc) y funciones ambientales básicas (purificación del aire, hábitat de vida silvestre y diversidad biológica, sumidero natural de CO2, etc).

En referencia a este último aspecto, el alcornocal es un aliado contra el cambio climático al retener el dióxido de carbono (CO2). Informes del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) ponen de relieve que el uso comercial del alcornocal quintuplica el efecto sumidero frente a ejemplares no explotados, debido a que el descorche provoca en el árbol un estrés vegetativo que le hace absorber mayor cantidad de CO2. De igual modo, estudios independientes elaborados para IPROCOR establecen que la producción de un millar de tapones de corcho produce menos de 5kg del citado gas de efecto invernadero a la atmósfera. Por el contrario, la fabricación de igual cantidad de tapones de plástico o aluminio emiten más de 16 y 37kg de CO2, respectivamente. En la misma línea, la consultora PricewaterhouseCoopers (2008) concluyó que la confección de un tapón de plástico o de aluminio comporta, respectivamente, 10 y 25 veces más gases nocivos al medio ambiente que uno de corcho. Sin olvidar que este último es totalmente reciclable y biodegradable, generando un menor impacto que los sucedáneos.

Por tanto, los aprovechamientos y gestión de los recursos naturales del monte alcornocal precisan de un enfoque multidimensional que compense el estricto cálculo económico de los beneficios directos obtenidos de sus productos, valorando el conjunto de externalidades positivas ambientales que atesora y que son tan valoradas por la sociedad actual.

En consecuencia, la desaparición del uso comercial de los alcornocales implicaría considerables impactos negativos en el medio ambiente, ya que, entre otros, la dehesa se presenta como la última defensa frente al avance del desierto en el sur de Europa. Así, visibilizar las bondades naturales del alcornoque y del corcho ayudará al sostenimiento económico de las explotaciones y, por tanto, a preservar sus beneficios ambientales.

CONCLUSIÓN

Es tarea de todos alzar la voz en favor del corcho como un producto natural, renovable, reciclable y biodegradable, donde el público consumidor tiene mucho que decir. Por ello, la estrategia a seguir pasaría por aportar y visibilizar los valores medioambientales asociados al monte alcornocal como un factor diferenciador frente a los sustitutivos sintéticos. El sector corchero reaccionó implantando códigos de buenas prácticas para defender ante la sociedad en general la autenticidad y calidad del corcho, así como los valores culturales que encierran los cuidados del multiproductivo ecosistema del monte mediterráneo, integrado todo ello en un modelo de economía sostenible, de economía “verde” que gestiona el bosque de los árboles de corcho de forma responsable.

En suma, para promover el desarrollo del territorio del alcornocal y su cadena de valor, para que los cuantiosos beneficios ambientales que ofrece el monte alcornocal perduren, es fundamental que las explotaciones sean económicamente viables. En este sentido, resulta imprescindible que productores, industriales, consumidores y las instituciones públicas, desde los entes locales a la administración central o europea, reconozcan y valoren los servicios económicos, culturales y la renta ambiental de esta formación forestal mediante campañas de promoción de rango internacional, al objeto de proyectar y situar al corcho ante la opinión pública como lo que es: paradigma de una agricultura de bosque sostenible, singularidad que puede contrarrestar los embates de sucedáneos basados en la “plasticultura”, más contaminantes y baratos, especialmente en el taponado de botellas.

Autor

Antonio José Carrero Carrero Dpto. de Historia, Geografía y Antropología. Facultad de Humanidades. Universidad de Huelva. (España).

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