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Cerdo ibérico y jabalí: una frontera difusa ante el reto de convivir con la fauna

La evolución del medio rural y forestal europeo ha modificado de forma profunda el equilibrio entre fauna silvestre y ganadería. El caso del jabalí es paradigmático: su población ha crecido de forma sostenida en casi todo el continente, impulsada por cambios en el uso del suelo, el abandono agrícola y un clima cada vez más favorable. Este fenómeno, que podría parecer exclusivamente natural, tiene hoy una repercusión directa sobre la sanidad animal y, de manera particular, sobre el porcino en extensivo.

Los cambios naturales y de uso del territorio tienen un impacto directo en la sanidad del porcino, especialmente en sistemas extensivos como el ibérico. 2 enfermedades destacan por su relevancia en este contexto: la tuberculosis y la peste porcina africana (PPA). Ambas comparten un denominador común: el papel del jabalí como reservorio y mantenedor de los agentes patógenos, así como la dificultad de aplicar medidas de control efectivas en un entorno natural donde la bioseguridad resulta imposible de garantizar por completo.

En la práctica, esto significa que el jabalí ha pasado de ser una especie de interés exclusivamente cinegético a convertirse en un actor sanitario clave en el equilibrio del ecosistema ganadero. Su movilidad, capacidad de adaptación y hábitos alimenticios le permiten ocupar nichos cada vez más amplios, y con ello, actuar como puente epidemiológico entre el ganado y la fauna silvestre.

Un medio en transformación

El paisaje europeo cambia con una velocidad mayor de lo que habitualmente se percibe. Se estima que cerca del 5% de la superficie del continente modifica su uso cada década. Lo que antes era pastizal se convierte en bosque; lo agrícola retorna al monte; y este cambio genera ecosistemas más favorables para especies generalistas y oportunistas como el jabalí.

El resultado es una expansión constante de sus poblaciones, acompañada de una disminución progresiva de cazadores y de un aumento de la sensibilidad social hacia la fauna silvestre. En términos naturales y sanitarios, se está produciendo un desajuste: cada vez hay más fauna susceptible y menos mecanismos de control humano.

Este crecimiento de las poblaciones silvestres no es neutro. Supone una presión sanitaria creciente sobre los sistemas ganaderos extensivos, donde las fronteras entre la fauna y el ganado son más difusas. En el caso del ibérico, la coincidencia de hábitats y recursos multiplica las oportunidades de contacto directo e indirecto, y con ellas la posibilidad de transmisión de patógenos.

Además, los cambios del clima y la prolongación de los veranos secos alteran el calendario fenológico de la bellota y la disponibilidad de agua en charcas y arroyos, concentrando aún más a jabalíes y cerdos en los pocos puntos húmedos que persisten. Este fenómeno, observado en buena parte del suroeste peninsular, aumenta drásticamente la densidad de contactos entre especies, y con ello, el riesgo sanitario.

Tuberculosis: una vieja conocida que sigue vigente

La tuberculosis animal es un problema endémico que afecta a múltiples especies de granja y silvestres. Tradicionalmente asociada al bovino, hoy se reconoce su carácter multihospedador: participan también caprinos, ovinos, cerdos y fauna silvestre como jabalíes, ciervos o tejones.

En el jabalí, la transmisión ocurre principalmente de forma indirecta, a través de charcas, bebederos y puntos de alimentación contaminados. Los animales enfermos, especialmente en fases avanzadas, eliminan grandes cantidades de micobacterias al medio, que pueden permanecer viables durante días o semanas en condiciones favorables.

Diversos estudios realizados en el centro y sur peninsular han mostrado que hasta un tercio de la mortalidad de jabalíes adultos puede atribuirse a tuberculosis. Esta cifra da una idea del peso epidemiológico de la enfermedad en el ecosistema y del potencial de diseminación que implica.

En explotaciones de porcino extensivo, la prevalencia detectada es sensiblemente menor, pero no irrelevante. Los decomisos en matadero y las pérdidas asociadas, aunque puntuales, representan un impacto económico directo. En ausencia de programas obligatorios de erradicación, la recomendación técnica pasa por implantar vigilancia serológica voluntaria, identificación temprana de lotes afectados y eliminación selectiva de positivos, además de mejorar los puntos de agua y alimentación para minimizar el contacto con fauna.

El control de la tuberculosis en sistemas extensivos no puede basarse solo en la detección y eliminación de animales positivos. Requiere una visión ecosistémica: integrar la gestión de fauna, la bioseguridad ambiental y la educación sanitaria. A escala práctica, la instalación de puntos de agua controlados (abrevaderos cerrados o de nivel constante), el uso de vallados perimetrales selectivos y la gestión adecuada de los subproductos de caza son medidas costo-efectivas con resultados demostrables.

Peste porcina africana: la amenaza latente

La segunda gran preocupación es la peste porcina africana, una enfermedad viral de altísima letalidad para el cerdo y el jabalí, sin tratamiento ni vacuna disponible. España logró erradicarla en la década de 1990, pero su reaparición en el norte y este de Europa ha reactivado todas las alarmas.

Durante décadas se pensó que el jabalí tenía un papel secundario en la epidemiología de la PPA. Sin embargo, los brotes observados en países del centro y este de Europa demuestran lo contrario: el virus se mantiene y se propaga principalmente en poblaciones silvestres, a través de la transmisión por sangre y la persistencia ambiental en cadáveres.

A diferencia de la tuberculosis, la PPA requiere contacto con fluidos o tejidos infectados. Puede propagarse mediante heridas, peleas, reproducción, ingestión de restos contaminados, o incluso a través de instrumentos, vehículos o vectores mecánicos como insectos. En algunos entornos, la transmisión se ha visto potenciada por canibalismo entre jabalíes, que consume restos de individuos muertos por la enfermedad.

La estabilidad del virus en el medio, que resiste semanas en materia orgánica y meses en jamones o embutidos contaminados, convierte la PPA en un desafío de bioseguridad a escala continental. El riesgo de introducción en la península se mantiene alto. La vía más probable no es el jabalí en sí, sino los restos alimentarios contaminados que pueden llegar a través del turismo o del transporte internacional. Controlar esa entrada es complejo: millones de personas y toneladas de productos circulan cada año, y la trazabilidad de residuos alimentarios es prácticamente imposible.

Desde el punto de vista técnico, los países que han conseguido frenar su expansión coinciden en una receta común: detección temprana, eliminación rápida de cadáveres y reducción drástica de la densidad de jabalíes en zonas afectadas. El tiempo de respuesta y la coordinación interinstitucional son variables críticas en la contención de cualquier foco.

Estrategias de control: de la vigilancia a la intervención

Toda intervención sanitaria eficaz comienza por un buen diagnóstico epidemiológico.

Cada zona, cada explotación y cada interfaz fauna-ganado presentan características distintas. En el caso del ibérico, el gradiente va desde explotaciones casi intensivas hasta sistemas plenamente extensivos de montanera, con realidades sanitarias muy dispares.

Conocer la densidad, distribución y movimientos de jabalíes, así como la estructura del paisaje y las prácticas de manejo del ganado, es imprescindible para diseñar medidas adaptadas y realistas.

La vigilancia sanitaria activa y pasiva, debe mantenerse de forma continuada. En fauna, esto implica muestreo de cadáveres, análisis serológicos y necropsias sistemáticas. En ganado, la monitorización de movimientos, registros de matadero y diagnósticos de campo. La coordinación entre ambos niveles (fauna y ganadería) es la base de una respuesta temprana ante cualquier incidencia.

En este sentido, las nuevas tecnologías como sensores GPS, cámaras trampa, sistemas GIS o inteligencia artificial aplicada a vigilancia entre otras, están comenzando a integrarse en programas de sanidad de fauna silvestre. Estas herramientas permiten detectar patrones de comportamiento y contacto entre especies, y facilitan la toma de decisiones basadas en evidencia, un enfoque cada vez más necesario en la sanidad preventiva.

Bioseguridad en el campo: la clave del éxito

En ausencia de vacunas, la bioseguridad sigue siendo la herramienta más eficaz y rentable. Su aplicación en sistemas extensivos exige una combinación de medidas preventivas, de gestión del espacio y de educación sanitaria. Entre las más relevantes:

  • Segregación de usos del terreno: Las áreas destinadas a caza no deben coincidir con las de producción porcina. Alimentar fauna en zonas de montanera incrementa de forma crítica el riesgo de transmisión cruzada.
  • Control de residuos y cadáveres: La correcta retirada de restos de caza y de animales muertos puede reducir significativamente la incidencia de tuberculosis en fauna y evitar la perpetuación de virus como la PPA.
  • Gestión del agua y alimento: Evitar puntos de concentración donde coincidan jabalíes y cerdos de granja. Reducir o eliminar la alimentación suplementaria destinada a fauna silvestre, práctica que ha disparado la densidad de jabalíes en muchas zonas.
  • Formación y concienciación: Ganaderos, técnicos y personal de caza deben compartir protocolos básicos de limpieza, desinfección, transporte y eliminación de subproductos.

Experiencias de campo demuestran que una bioseguridad adaptada, constante y auditada puede reducir la incidencia de tuberculosis hasta en un 25% y mitigar riesgos frente a PPA o futuras emergencias sanitarias.

A esto se suma la importancia de la trazabilidad interna dentro de las explotaciones: limpieza de vehículos, control de visitas, registros de entradas y salidas, y mantenimiento adecuado de los vallados. La bioseguridad no es una inversión opcional, sino la única barrera real entre el virus y el sistema productivo.

Control poblacional: una cuestión de equilibrio

El jabalí posee un potencial reproductivo elevado: camadas de 4 a 6 crías, alta supervivencia juvenil y escasa mortalidad natural. Incluso con una actividad cinegética intensa, las poblaciones tienden a crecer entre un 10% y un 15% anual. A ello se suma la disponibilidad de alimento, tanto natural como artificial, en un entorno agrícola cada vez más favorable. Estudios realizados en Centroeuropa muestran que la suplementación alimentaria puede duplicar la densidad de jabalíes respecto a la capacidad natural del hábitat.

La regulación de esta práctica es por tanto, una prioridad. Controlar la densidad es controlar el riesgo sanitario. Un exceso de población multiplica la probabilidad de contacto entre individuos y con el ganado, y reduce la eficacia de cualquier medida de bioseguridad.

Desde el punto de vista de gestión, los planes de control deben ser coherentes, sostenibles y evaluables. No basta con abatir animales: es necesario establecer indicadores poblacionales, zonas de control prioritario y evaluaciones post-temporada que permitan ajustar la estrategia año a año.

Regulación y cooperación: el camino a seguir

Los próximos años estarán marcados por nuevas regulaciones orientadas a la sanidad de la fauna silvestre y a la gestión integrada de riesgos. Se prevé una normativa específica para la alimentación suplementaria de especies cinegéticas, así como un refuerzo en la trazabilidad y control de residuos de caza.

Por 1ª vez, la legislación plantea incorporar la figura del veterinario como parte activa en la gestión sanitaria de la fauna silvestre, un paso decisivo para dotar de rigor técnico y continuidad a las actuaciones.

Más allá de la norma, el mensaje central es de cooperación. La ganadería extensiva y la caza no son sectores enfrentados, sino complementarios. Ambos generan empleo, fijan población y sostienen buena parte del tejido socioeconómico del medio rural. El reto sanitario que supone el jabalí exige una respuesta común, basada en conocimiento científico, vigilancia coordinada y comunicación eficaz entre todos los actores implicados.

Conclusión

El incremento de las poblaciones de jabalí y su interacción con el porcino extensivo representan hoy uno de los mayores desafíos sanitarios para el sector. La tuberculosis animal y la peste porcina africana son las amenazas más evidentes, pero no las únicas.

Mientras la vacunación sigue en desarrollo, las 2 herramientas efectivas y disponibles son el control poblacional y la bioseguridad aplicada.

Actuar de forma preventiva, con una visión integral de ecosistema y una cooperación estrecha entre ganaderos, cazadores y autoridades sanitarias, es la única estrategia capaz de preservar la sanidad del porcino, y con ella, la viabilidad de un modelo productivo que es símbolo de calidad, sostenibilidad y cultura rural.