Hasta el siglo XIX, Bazna era una ciudad sajona en el corazón de Transilvania. Antes de la Segunda Guerra Mundial y del régimen comunista esta ciudad era de lengua y cultura alemanas. Esto significaba que la raza húngara Mangalica, muy apreciada por su sabor, pero no muy productiva, entró en contacto con Saxon Berkdshire, más rentable y resistente, dando vida al cerdo Bazna. Esta raza se caracteriza por el color oscuro de la piel y las cerdas, con un cuello más claro.
Desde el pueblo de Bazna, la nueva raza se extiende por las ciudades del entorno, en el corazon de la Transilvania de mayor influencia sasii (como llaman a los habitantes de origen germano de la zona): Mediaş, Sighişoara, Făgăraş, llegando hasta zonas de mayor presencia magiar, como Cluj o Banat.
Hoy en día el cerdo Bazna es toda una rareza debido a que, en primer lugar, por su naturaleza no es adecuado para la cría intensiva; en segundo lugar, después de un pasado en el que estuvo muy extendido en los campos de la ciudad rumana de Bazna, su consumo sufrió un revés en los años noventa. Su importante cantidad de grasa, muy apreciada en un principio, no cumplió con las concepciones de salud de la época. Sin embargo, descubrimientos más recientes han demostrado que este temor no estaba para nada fundado.
Su carne se utiliza para diferentes elaboraciones, pero principalmente son muy apreciadas las partes grasas, perfectas para la preparación de: carnes curadas, tocino, manteca de cerdo y chicharrones. La grasa de Bazna, de hecho, tiene un color como de porcelana blanca, al igual que su tocino, caracterizado por tintes lechosos. La característica más interesante, sin embargo, se refiere a la composición de esta grasa: rica en «lipoproteína de alta intensidad», el famoso colesterol bueno, que ha hecho que sus derivados sean de lo más apreciados últimamente. Por desgracia, la raza es cada vez más rara y cada vez corre más riesgo de contaminación genética. De hecho, lamentablemente, no todos los criadores en la zona velan por la pureza de la línea genética, poniendo en riesgo sus peculiaridades.
Sin embargo, no será hasta 1948 cuando se reconozca oficialmente la raza como autóctona, el cerdo de Bazna.
Según FAO, disponen de un libro de registros genealógicos desde 1958. Los machos adultos pesan en promedio 170 kg y las hembras 150 kg, con una altura media a la cruz de 74 cm y 72 cm respectivamente. En el año 1993, quedaban 265 hembras (todas inscriptas) y 30 machos reproductores en un solo rebaño.
Como reconocen los diarios que hoy dan la noticia, si hasta 1989 se imponia una atención especial a los animales autóctonos (cerdo de Bazna, las ovejas Turcana o Tigaie, etc…), tras 1990, una vez abandonadas los centros zootécnicos y las colectividades agrícolas, se han repartido los animales entre los ganaderos y se han ido prefiriendo las razas mas productivas y las imposiciones del mercado internacional.
El cerdo de Bazna tenía como característica particular su color blanquinegro y su mayor porcentaje de grasa frente a la carne, que le daba un valor especial para los amantes de la «slanina» (tocino), muy apreciado en Transilvania. En los años 60-70 había verdaderas «competiciones» festivas en la zona para conseguir el cerdo que diera mas cantidad de grasa. Hoy, sin embargo, y teniendo en cuenta que el único objetivo perseguido es el mayor beneficio económico, se ha abandonado la producción de razas autóctonas por la del cerdo mas industrial, que da mas porcentaje de carne.
Los ganaderos se quejan de que hoy no tienen ningun apoyo del estado para potenciar lo autóctono, y que se fomenta mas, al contrario, la explotación de razas estandarizadas, importadas. Los ganaderos, por lo tanto, tienen que seguir la inercia económica y acaban prefiriendo la especie que mas dinero produce, abandonándose las particularidades que tienen un extraordinario valor histórico o local, pero que sin embargo no permiten la competencia en el mercado.
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